Usted, según
parece, es un adicto a la angustia. No se apure, por favor, ya sabrá
que hay muchos más de su clase pululando por ahí, más de los que
las encuestas sobre trastornos mentales acostumbran a dejar entrever.
No me cree? Compruébelo usted mismo. Pues en el fondo: qué tendrán
que ver los grandilocuentes números de las estadísticas con que yo
me muerda las uñas o usted sufra una desconexión con la realidad?
Entiéndame, sé que el suyo es un problema grave, pero uno ve tantos
casos que al final del día acaba por desvariar... Qué le estaba
diciendo? Ah sí, sí... El amor a la angustia, la droga más dura.
Las adicciones mentales, después de todo, son siempre las peores.
Dudo que este vaya a ser un proceso fácil, tendrá que armarse de
paciencia y empezar por comprender que la sublimación de la propia
existencia, si acaso es alcanzable, nunca nos llega por el camino de
la mortificación. Está de acuerdo? Sí, sí, claro, como no va a
estarlo... Ninguno de mis pacientes ha negado conocer esta gran
verdad. Responda entonces: es posible que la proximidad al abismo le
provoque un vértigo especial? No es en los ataques de congoja y
sufrimiento cuando la ternura y la compasión adquieren el brillo de
lo sobrenatural? Por supuesto... Quién no se ha sentido en alguna
ocasión feliz de estar triste? Hace tiempo que estoy convencida de
que se manifiesta en los estados de ansiedad una perversión
diabólica de las percepciones: la crudeza de lo empírico es
sustituido por el entusiasmo de lo intelectual. Pero supongo que este
apunte, donde nos encontramos ahora, es demasiado oscuro como para
que adquiera total profundidad... No se trata de falta de perspicacia, sino del hecho de que en un asunto como el suyo existen
varios pasos previos que se deben trabajar. Disculpe, disculpe mi
palabrería. Pero si ha intuido lo que pretendía decir, entenderá
que para curar su mente previamente es necesario reparar lo carnal,
la raíz primitiva... Veo que asiente, muchas horas de terapia lleva
usted ya... Soldar los ensamblajes nerviosos desde las puntas de los
dedos a la boca del diafragma, desatar de nuevo los apetitos que el
tiempo haya enterrado bajo la apariencia de la mediocridad. Porque el
hartazgo, el miedo y el pesar también producen placer, sabe? Pero su
fuente, que emana de lo cerebral, fluye envenenada... Retornar al
tiempo, eso es lo que tenemos que lograr. Cuando nos adentramos en el
vivir las bascas producidas por la fugacidad desaparecen, porque para
experimentar el paso del tiempo es imprescindible alejarse de él.
Por supuesto que en pequeñas dosis ninguna angustia puede resultar
letal. Pero en su persona, lamentablemente, hemos llegado demasiado
lejos... Vaya, se ha hecho tarde... Ahora tengo que pedirle que se
marche. Piénselo detenidamente, seguiremos hablando de ello.