domingo, 23 de noviembre de 2014

El yonqui de la angustia (I)



Usted, según parece, es un adicto a la angustia. No se apure, por favor, ya sabrá que hay muchos más de su clase pululando por ahí, más de los que las encuestas sobre trastornos mentales acostumbran a dejar entrever. No me cree? Compruébelo usted mismo. Pues en el fondo: qué tendrán que ver los grandilocuentes números de las estadísticas con que yo me muerda las uñas o usted sufra una desconexión con la realidad? Entiéndame, sé que el suyo es un problema grave, pero uno ve tantos casos que al final del día acaba por desvariar... Qué le estaba diciendo? Ah sí, sí... El amor a la angustia, la droga más dura. Las adicciones mentales, después de todo, son siempre las peores. Dudo que este vaya a ser un proceso fácil, tendrá que armarse de paciencia y empezar por comprender que la sublimación de la propia existencia, si acaso es alcanzable, nunca nos llega por el camino de la mortificación. Está de acuerdo? Sí, sí, claro, como no va a estarlo... Ninguno de mis pacientes ha negado conocer esta gran verdad. Responda entonces: es posible que la proximidad al abismo le provoque un vértigo especial? No es en los ataques de congoja y sufrimiento cuando la ternura y la compasión adquieren el brillo de lo sobrenatural? Por supuesto... Quién no se ha sentido en alguna ocasión feliz de estar triste? Hace tiempo que estoy convencida de que se manifiesta en los estados de ansiedad una perversión diabólica de las percepciones: la crudeza de lo empírico es sustituido por el entusiasmo de lo intelectual. Pero supongo que este apunte, donde nos encontramos ahora, es demasiado oscuro como para que adquiera total profundidad... No se trata de falta de perspicacia, sino del hecho de que en un asunto como el suyo existen varios pasos previos que se deben trabajar. Disculpe, disculpe mi palabrería. Pero si ha intuido lo que pretendía decir, entenderá que para curar su mente previamente es necesario reparar lo carnal, la raíz primitiva... Veo que asiente, muchas horas de terapia lleva usted ya... Soldar los ensamblajes nerviosos desde las puntas de los dedos a la boca del diafragma, desatar de nuevo los apetitos que el tiempo haya enterrado bajo la apariencia de la mediocridad. Porque el hartazgo, el miedo y el pesar también producen placer, sabe? Pero su fuente, que emana de lo cerebral, fluye envenenada... Retornar al tiempo, eso es lo que tenemos que lograr. Cuando nos adentramos en el vivir las bascas producidas por la fugacidad desaparecen, porque para experimentar el paso del tiempo es imprescindible alejarse de él. Por supuesto que en pequeñas dosis ninguna angustia puede resultar letal. Pero en su persona, lamentablemente, hemos llegado demasiado lejos... Vaya, se ha hecho tarde... Ahora tengo que pedirle que se marche. Piénselo detenidamente, seguiremos hablando de ello.