El viento de invierno ha llegado por fin a Barcelona y por primera vez en mucho tiempo hace frío. Quizás no sea un frío cierto, pero tampoco se puede decir realmente que sea de mentira. Las pruebas son irrefutables: la gente se tapa de noche y cierra el aire acondicionado para abrir las ventanas, los flacuchos y deprimidos ya empiezan a estornudar y el señor Feliu ha corroborado con sus prismáticos de correa azul que el vecino gordo de enfrente ya no se pone desodorante seis veces al día, sinó sólo dos. Sin embargo este frío encierra algo engañoso: quizás deberíamos llamarle el último viento de verano en vez del primer viento de invierno.
El personaje que nos ocupa lee ahora en su habitación de madera, y por la ventana entra el aire extrañamente limpio y delicado. Ha empezado un nuevo libro y se sorprende al encontrar, ya entre las primeras páginas, una crítica al modo de vida de hoy en día; crítica que encierra una verdad pequeña, prácticamente invisible, pero no por eso menos reveladora.
“Este carácter vertiginoso de la vida actual ha ejercido sobre nosotros su nefasta influencia ya desde la primera educación; es triste, pero inevitable. Lo peor es que la prisa de la vida moderna se ha apoderado ya de nuestras escasas parcelas de ocio; nuestra forma de gozar y divertirnos apenas es menos nerviosa y azacanada que la barahúnda de nuestro trabajo. “La mayor cantidad posible y la mayor celeridad posible”, es la consigna. La consecuencia de ello es el aumento progresivo del placer y la disminución progresiva de la alegría. […]
Yo no dispongo de una receta universal, como no dispone nadie, contra esta situación deplorable. Pero quiero traer a la memoria una consigna nada moderna, muy vieja: el disfrute moderado es doble disfrute. Y: no desatendáis las pequeñas alegrías.”
Se apunta pacientemente la cita en su cuaderno de páginas blancas y anota en un lado, con letra diminuta, la referencia: Hermann Hesse, Pequeñas alegrías (Alianza Editorial). Han pasado diez largos minutos mientras copiaba el texto en su libretita, pero él asiente satisfecho convencido de que ha valido la pena. Verdades así no se encuentran todos los días, ni siquiera cuando hace frío.