Existe en la literatura una nota de farsa, un deje de impostura, capaz de embrujar tanto al que la lee como al que la escribe. En ella los crímenes son menos abismales, las mujeres más bellas. Los espacios que debería llenar el silencio son ocupados por la tinta, la palabra “rojo” hace del rojo un color más vívido y de la sangre una breve referencia. Cubrir con palabras todos los rincones cambia la vida no sólo del que las lee o escucha, sino también de quién las redacta, como un vestido que alterase la forma de andar de quien lo lleva.
Sin embargo, allí donde no hay palabras sólo queda silencio, y el silencio calla no porque no pueda decir nada, sino porqué no sabe cómo hacerlo. Intentar hablar no nos hace mejores, ni descubre el velo bajo el cuál se oculta el mundo -más bien lo cubre con uno más tupido y más difícil-, pero tampoco por eso nos hace peores.