Hablaba en una ocasión con un viejo amigo sobre la situación actual: crisis, corrupción, recortes y pobreza son una cantinela bien conocida, aunque no por eso menos llena significado. Sin embargo, no siempre alcanzamos a entender su plena trascendencia: las notas, vacuas e indelebles, se quedan colgadas, como pinceladas aisladas de una melodía que nunca llega a hilarse.
Cuando no es así la composición que escuchamos es una pieza sorda, insostenible: la realidad, abrupta y abismal, cae en una absurdidad feroz y sin salida. Las partes no pueden unirse, es imposible juntar todas las melodías sin que unas enmudezcan ante las otras: la extrema opulencia no tiene cabida ante la miseria de tantos, una corrupción salvaje y condescendientemente perdonada no puede darse al mismo tiempo que el legalizado maltrato a la clase obrera.
Este choque de trenes nos insinúa que tal vez algunos estábamos equivocados y la realidad no es una, ni única, sino una colección fragmentaria de varias realidades, cerradas e irreconciliables. Cuando el científico austriaco Erwin Schrödinger presentó la paradoja conocida como el “gato de Schrödinger” pretendía poner en evidencia la incoherencia de la teoría cuántica con una realidad única y común. En su experimento mental, un gato inicialmente vivo está metido en una caja con una pistola apuntándole a la cabeza. Esta pistola se activa con un contador Geigger, que mide la radiación emitida por un átomo de uranio que puede desintegrarse en cualquier instante. Las leyes de la mecánica cuántica son las que rigen esta desintegración, y dictan que una descripción completa de la realidad es aquella en que los estados “desintegrado” y “no-desintegrado” del átomo confluyen y se superponen, y por tanto también conviven los estados “vivo” y “muerto” del gato dentro de la caja.
Schrödinger quería demostrar que una realidad en que un gato está muerto y vivo al mismo tiempo es una realidad absurda. Pero lo que no se planteó el científico es que tal vez así sea, y las aparentes paradojas de la física cuántica pudieran ser otro indicio de que la paz de nuestra isla de realidad no es más que un fenómeno local dentro del violento mar que nos engulle.