miércoles, 25 de mayo de 2016

Todo agua

Justo ahora, tan cerca de la estación seca, se ha vuelto todo agua. Hasta las piedras, ajenas al mundo, quieren ondularse bajo el efecto del calor mientras el camino, como una raya olvidada de mar, parte en dos los tintes rojos y verdes que cubren las curvas de tierra. El campo está repleto de pequeños bancos de olores que viajan silbando, con formas de pez: se esconden tímidamente en la oscuridad rocosa de los árboles para luego escaparse, fríos y brillantes, al acercarme yo o al romper el viento... Entonces imagino por un momento a Jiménez y su burro, mitad sueño mitad niño, caminando por aquí...

Es agua todo y las hojas, doblado su peso bajo el bochorno de luz, parece que gotean perlitas de aceite. Una vez más pienso que, si hay un tiempo justo para morir de viejo, tiene que ser este: en brazos del pino y la higuera, del romero y la lavanda, del jazmín. Morir, como sólo se puede vivir verdaderamente: en la estación del mar y de la infancia, cuando la luz se derrama con tanta benevolencia que logra endulzar el frescor de las sombras.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Persona



Hablaba y hablaba. Hablaba abundantemente, como no podía ser de otra forma, sobre los rostros:
“La expresión facial, en Bergman, no supone una manifestación de la angustia sufrida por el personaje sino una revelación especular de la que experimenta el inocente espectador. Inocente? Sí, por supuesto, tremendamente. La exposición incesante a una cara desconocida es un ataque y como tal no puede más que provocar inquietud y repugnancia, puesto que cualquier exhibicionismo, aunque bello, pretende en el fondo molestar al público y arrancarle de su pasmosa comodidad. Penosa, perdón, penosa comodidad.”
Era exactamente así? Lo supongo. En cualquier caso, al ser repetida ahora rostros parece una palabra más gentil, más hermosa. En el aleteo de la lengua que acompaña su pronunciación se observa el vuelo típico de la mariposa; su fonética abstrusa la empareja, accidentalmente, con rastro y todo lo que éste término conlleva de espectral e imperfecto. 
Pero si nos fijamos, por ejemplo, en las escenas de fondo indistinguible, las facciones se destacan con una inmutabilidad que no pertenece al cine, ni siquiera a la fotografía. Los cuerpos, delimitados por la extensión de su propia sombra, son los de la escultura griega clásica. Esto explica cierto hieratismo en el movimiento, la textura especial de la carne cuando recibe la luz que devuelve, en la gran pantalla, con la pureza de un material precioso e incorruptible. Únicamente del mármol puede proceder la fría sensualidad de unos rostros que nos miran sin que nuestra sedienta mirada logre tocarles nunca.”
Visto así, el que escucha está condenado a una idéntica crueldad. Lo dicho nos alcanza sin que llegue a pertenecernos plenamente... como una flecha errada que nos hiriera sin acertar a matarnos. Hablaba, hablaba. Un puñal despuntado, una bala perdida.

sábado, 27 de diciembre de 2014

Desterrazados



La terraza se halla definitivamente clausurada. Los decrépitos aires de diciembre son ahora su último visitante, lejos queda el tiempo en el que su delicada extensión nos ofrecía sin pudor el aromático jardín musulmán junto al fresco retal de la campiña inglesa. El sol y la lectura también han abandonado sus dominios, y una vez exiliada la calurosa desnudez veraniega son ahora las glicinas las únicas que muestran sus hombros tostados a unos vecinos apenas enardecidos. Incluso el mirlo, que imperdonablemente acudía a excavar las tiernas profundidades del hibiscus rojo, parece habernos olvidado. En su lugar proliferan las prímulas de piedra y el insípido marrón enarbola orgulloso su bandera. El clima nos ha desterrado a un invernadero cuya flor más duradera es la del desencanto. Debimos de pecar terriblemente para ser expulsados de nuevo del paraíso.

sábado, 6 de diciembre de 2014

El yonqui de la angustia (II)


Hola, hola. Cómo va? Ha tenido una buena semana? Bien, bien, me alegro. Eso siempre ayuda. Un café? De acuerdo, entiendo. Pues empecemos. Si ha reflexionado sobre lo que le dije hace unos días habrá notado que me delatan ciertas ambigüedades, me equivoco? Los psicólogos y los terapeutas, cuando peroramos, tendemos ha asemejarnos a los curas. Los sermones parecen un debate sobre el cielo y el infierno, la cuestión de la enfermedad una disputa entre el bien y el mal. Pero usted sabrá bien que no es tan sencillo... La angustia, por sí sola, no tiene porqué ser maligna. El problema surge cuando se convierte en un sustitutivo. Supongo que por eso está aquí, verdad? La ha convertido en el puente a los sentimientos, en el inevitable sucedáneo de la pasión. Cualquier impresión, por pequeña que sea, tiene que verse envuelta en un clima de aflicción para que la interprete como real. No se obsesione, ya le dije que esto es más habitual de lo que parece... Tampoco es fácil reclamar una continua jovialidad. De hecho, no pretendo llegar a ese extremo: además de inalcanzable, resultaría estéril. Lo que debe entender es que el sentir, incluso el más intenso, no necesita de la fatalidad. El drama y la náusea no son consustanciales al éxtasis. Ese es un engaño al que, de un modo u otro, nos ha sometido la literatura. Dice que no lee demasiado? Bueno, eso no importa, ciertos modelos se extienden más allá de lo pensable... El caso es que una actitud así a menudo conduce a eludir las frustraciones del afecto tangible mediante la fantasía de un impedimento suprapersonal. Pero esa no es más que una nefasta muestra de impotencia emocional... La satisfacción puede darse sin sombras de disgusto, el orgasmo auténtico prescinde del vómito. No pretendo aparentar elocuencia: tuve un paciente al que eyacular le producía arcadas. Es un caso conocido en el gremio, no vaya a pensar que voy en contra del secreto profesional... Pero como le iba diciendo, la consumación del éxito en su persona estaba tan íntimamente ligado a la tragedia que no lograba entregarse al goce sin presentir un devastador amago de penalidad. No sonría, es terminantemente cierto. Pero bueno, por hoy ya es suficiente, esta debe ser la única consulta en que el médico divaga más que el paciente... No se apure, que todo llegará. Pero antes de permitirle expresarse, debe aprender a respirar. Olvídese momentáneamente de todo lo que le dicho, y antes de tragarse el aire mastíquelo como si se tratara de carne. Muy bien, así me gusta. Y ahora: inspire.

domingo, 23 de noviembre de 2014

El yonqui de la angustia (I)



Usted, según parece, es un adicto a la angustia. No se apure, por favor, ya sabrá que hay muchos más de su clase pululando por ahí, más de los que las encuestas sobre trastornos mentales acostumbran a dejar entrever. No me cree? Compruébelo usted mismo. Pues en el fondo: qué tendrán que ver los grandilocuentes números de las estadísticas con que yo me muerda las uñas o usted sufra una desconexión con la realidad? Entiéndame, sé que el suyo es un problema grave, pero uno ve tantos casos que al final del día acaba por desvariar... Qué le estaba diciendo? Ah sí, sí... El amor a la angustia, la droga más dura. Las adicciones mentales, después de todo, son siempre las peores. Dudo que este vaya a ser un proceso fácil, tendrá que armarse de paciencia y empezar por comprender que la sublimación de la propia existencia, si acaso es alcanzable, nunca nos llega por el camino de la mortificación. Está de acuerdo? Sí, sí, claro, como no va a estarlo... Ninguno de mis pacientes ha negado conocer esta gran verdad. Responda entonces: es posible que la proximidad al abismo le provoque un vértigo especial? No es en los ataques de congoja y sufrimiento cuando la ternura y la compasión adquieren el brillo de lo sobrenatural? Por supuesto... Quién no se ha sentido en alguna ocasión feliz de estar triste? Hace tiempo que estoy convencida de que se manifiesta en los estados de ansiedad una perversión diabólica de las percepciones: la crudeza de lo empírico es sustituido por el entusiasmo de lo intelectual. Pero supongo que este apunte, donde nos encontramos ahora, es demasiado oscuro como para que adquiera total profundidad... No se trata de falta de perspicacia, sino del hecho de que en un asunto como el suyo existen varios pasos previos que se deben trabajar. Disculpe, disculpe mi palabrería. Pero si ha intuido lo que pretendía decir, entenderá que para curar su mente previamente es necesario reparar lo carnal, la raíz primitiva... Veo que asiente, muchas horas de terapia lleva usted ya... Soldar los ensamblajes nerviosos desde las puntas de los dedos a la boca del diafragma, desatar de nuevo los apetitos que el tiempo haya enterrado bajo la apariencia de la mediocridad. Porque el hartazgo, el miedo y el pesar también producen placer, sabe? Pero su fuente, que emana de lo cerebral, fluye envenenada... Retornar al tiempo, eso es lo que tenemos que lograr. Cuando nos adentramos en el vivir las bascas producidas por la fugacidad desaparecen, porque para experimentar el paso del tiempo es imprescindible alejarse de él. Por supuesto que en pequeñas dosis ninguna angustia puede resultar letal. Pero en su persona, lamentablemente, hemos llegado demasiado lejos... Vaya, se ha hecho tarde... Ahora tengo que pedirle que se marche. Piénselo detenidamente, seguiremos hablando de ello.

jueves, 20 de noviembre de 2014

La luz y Josep Pla


Malva, rosa, violeta, añil, lila, morado; el aire es tan transparente de Port de la Selva a Cadaqués que cuando hay humedad los colores parecen emborronados. Al caer la tarde un resplandor recorre de un grito toda la costa catalana: la repentina claridad crepuscular es tan apetecible y tan nueva como un beso en la boca. Una luz que es un fantasma, o mejor, un espíritu: aparece en una línea, permanece un momento junto a nosotros, es reabsorbida en la negrura de la imprenta. Un personaje más que tiembla, crece y se arrastra, fuma hasta inmolarse y viene a morir en brasas rojizas a orillas de un párrafo que es inmenso y azul, salado.
La encantadora luz de Pla me mece entre sus aromas antes de dormir. La sosegada, añorada luz. En la espesa noche hace de vigía de mis sueños. Lo hace, como sólo podría hacerlo la luz de la infancia.

domingo, 16 de noviembre de 2014

La polilla


Algo la retiene. Cada pocos segundos sucede: gira sobre ella misma y retuerce sus primorosas patitas al aire, angustiosas hebras de cobre cortando el satinado polvo que flota sobre la mesita de noche. Logra reponerse y da de nuevo unos pasos, hasta que patéticamente recae y retoma su posición de lucha: de una incomodidad cercana, de un familiar dramatismo.
En el fondo la diminuta escena carece de la más mínima trascendencia, no me voy a engañar. Resultaría francamente pueril hablar de insectos si no fuera por Kafka. Nunca me ha acabado de agradar del todo su persona, ni de hecho tampoco su texto. Pero el mío es una rechazo envidioso, o mejor dicho, una aversión fruto del respeto. Seguramente la mayor proeza de un escritor sea la de persuadir al mundo de que sus lamentables miserias son verdaderamente tristes, y sobretodo, sumamente importantes. En ese sentido, no le falta a la tragedia kafkiana ni una pizca de convencimiento.
Así que ahora gracias a sus esfuerzos por humanizar lo degradado o degradar lo humano puedo compadecerme tranquilamente de una polilla, sin tener por eso que soportar abigarrados reproches. Sí, papá, sé que te reirás a carcajada limpia cuando leas esto. Pero hoy en día se encuentran justificaciones para todo... Para orugas y mariposas me reservo a Nabokov, contra el sacrificio de hormigas coloradas esgrimiré a García Márquez. Mi más que antropomórfica proyección sobre lo insignificante queda perdonada, la autoconcesión por fin comprendida. También la propia realidad, al fin y al cabo, experimenta cierto alivio al ser literaturizada.