lunes, 25 de febrero de 2013

Crisis y gatos cuánticos

Hablaba en una ocasión con un viejo amigo sobre la situación actual: crisis, corrupción, recortes y pobreza son una cantinela bien conocida, aunque no por eso menos llena significado. Sin embargo, no siempre alcanzamos a entender su plena trascendencia: las notas, vacuas e indelebles, se quedan colgadas, como pinceladas aisladas de una melodía que nunca llega a hilarse.
Cuando no es así la composición que escuchamos es una pieza sorda, insostenible: la realidad, abrupta y abismal, cae en una absurdidad feroz y sin salida. Las partes no pueden unirse, es imposible juntar todas las melodías sin que unas enmudezcan ante las otras: la extrema opulencia no tiene cabida ante la miseria de tantos, una corrupción salvaje y condescendientemente perdonada no puede darse al mismo tiempo que el legalizado maltrato a la clase obrera.
Este choque de trenes nos insinúa que tal vez algunos estábamos equivocados y la realidad no es una, ni única, sino una colección fragmentaria de varias realidades, cerradas e irreconciliables. Cuando el científico austriaco Erwin Schrödinger presentó la paradoja conocida como el “gato de Schrödinger” pretendía poner en evidencia la incoherencia de la teoría cuántica con una realidad única y común. En su experimento mental, un gato inicialmente vivo está metido en una caja con una pistola apuntándole a la cabeza. Esta pistola se activa con un contador Geigger, que mide la radiación emitida por un átomo de uranio que puede desintegrarse en cualquier instante. Las leyes de la mecánica cuántica son las que rigen esta desintegración, y dictan que una descripción completa de la realidad es aquella en que los estados “desintegrado” y “no-desintegrado” del átomo confluyen y se superponen, y por tanto también conviven los estados “vivo” y “muerto” del gato dentro de la caja.
Schrödinger quería demostrar que una realidad en que un gato está muerto y vivo al mismo tiempo es una realidad absurda. Pero lo que no se planteó el científico es que tal vez así sea, y las aparentes paradojas de la física cuántica pudieran ser otro indicio de que la paz de nuestra isla de realidad no es más que un fenómeno local dentro del violento mar que nos engulle.

sábado, 16 de febrero de 2013

Literatura y farsa

Existe en la literatura una nota de farsa, un deje de impostura, capaz de embrujar tanto al que la lee como al que la escribe. En ella los crímenes son menos abismales, las mujeres más bellas. Los espacios que debería llenar el silencio son ocupados por la tinta, la palabra “rojo” hace del rojo un color más vívido y de la sangre una breve referencia. Cubrir con palabras todos los rincones cambia la vida no sólo del que las lee o escucha, sino también de quién las redacta, como un vestido que alterase la forma de andar de quien lo lleva.
Sin embargo, allí donde no hay palabras sólo queda silencio, y el silencio calla no porque no pueda decir nada, sino porqué no sabe cómo hacerlo. Intentar hablar no nos hace mejores, ni descubre el velo bajo el cuál se oculta el mundo -más bien lo cubre con uno más tupido y más difícil-, pero tampoco por eso nos hace peores.